No traía el reloj ni colgando de la muñeca, ni en el bolso del pantalón, ni en la guantera del auto. Pero íbamos con buen tiempo, al pasar por la zona que baja el Soler por la Internacional hacia la línea, las luces que iluminan ambas carretaras recién iban encendiendo mientras las pasabamos velozmente. Era un martes del 2003, el mes no importa igual hacía frio y calor, la noche podía
ser un infierno o un freezer: sudados o escarchados daba igual, en ese momento todo daba igual, igual te habías ido, igual te ibas a ir, o igual te volverías loca, o distinta, como quieras.
Hacía la linea por la internacional pasaron a nuestro lado, una camioneta Izuzu negra del 88 pero tambien una del 2004, rara cosa, los autos se proclaman más lejos de su tiempo.
A la lìnea nunca llegamos, primero nos absorbió el último rayo de sol nuestras ganas de beber una cerveza fria, luego diez, luego veinte y luego un precio muy grande por pagar.
Ahí entre las cervezas pacífico, lo ví, ahí estaba, solo, como atento, pero más atento en las miradas que lo recorrián: paranóico. Nos olvidamos de todo. Ya luego sería otro día, y otra vida: sufrir o gozar. Sólo tu lo sabes.