Al llegar a los Estados Unidos, los migrantes mexicanos -especialmente los indocumentados- disponen de muy limitados espacios de socialización en donde puedan sentirse relativamente seguros. Muchos de ellos, -como es el caso de los lucereños entrevistados- salen de su casa antes del amanecer para ir directamente al trabajo, en donde, además del turno completo, cubren el mayor número posible de horas extra para obtener un ingreso adicional. Al salir del trabajo regresan directamente a su domicilio, para recomenzar la misma rutina al día siguiente. Esta rutina con frecuencia se extiende hasta el sábado, dejando solamente el domingo libre para realizar otras actividades. Entre las actividades dominicales más comunes, se encuentran el ir de compras, y el asistir a la iglesia.
En los casos en los que es posible identificar una parroquia católica en donde se oficien misas en español –lo cual no es muy difícil en Texas o en California- los recién llegados pueden acceder a un espacio en donde, además de la celebración religiosa, podrán encontrar a otros “Hispanos” con quienes socializar. En las conversaciones informales que tienen lugar en estos espacios se intercambia valiosísima información sobre posibles empleos, alojamiento, lugares que deben evitar quienes no disponen de documentos migratorios, etc. Pero, más allá de obtener esta importante información para sobrevivir en el nuevo lugar de residencia, los migrantes recién llegados pueden aprender la forma como se construyen las fronteras identitarias en la sociedad en donde ahora viven: lo que significa ser migrante mexicano en dicho lugar.
Por otra parte, las parroquias católicas “hispanas” ofrecen a los migrantes recién llegados un espacio en el que su lengua y sus tradiciones –o al menos algunas de ellas- no son estigmatizadas, sino que por el contrario, se les valora y recrea en lo que podríamos denominar un “catolicismo a la mexicana”.
Esta forma particular de religiosidad popular – en dónde el culto a la Virgen de Guadalupe y a los Santos patronos de las comunidades de origen ocupan un importante lugar- tiene la particularidad de permitir que el individuo participe, por una parte, en una práctica reconocida y aceptada en la sociedad de destino –debido a la importancia que la tradición católica tiene dentro de los Estados Unidos- permitiendo simultáneamente que se reivindiquen diversos elementos centrales de las identidades particulares, e incluso locales.
De esta forma, en el catolicismo a la mexicana puede transformarse el sentido que los individuos atribuyen a algunas de las prácticas religiosas tradicionales. Así por ejemplo, mientras que rezar en la comunidad de origen significaba “únicamente” rezar; una vez en los Estados Unidos, rezar significa ante todo rezar en español. Esta es una de las razones por las cuales, tanto las misas como el catecismo en español son defendidos fervientemente por la “comunidad hispana”. Por otra parte, ser devoto del Padre Jesús en Chinantla significa simplemente participar en las creencias hegemónicas de la comunidad y en la veneración al Santo patrono local, mientras que ser devoto del Padre Jesús en Nueva York significa ante todo reconocer los lazos de unión con los otros chinantecos que radican en dicha metrópoli, “reconocerse como hermanos, hijos de un mismo padre”, reivindicando así una identidad local particular.De esta forma, el “catolicismo a la mexicana” se convierte en una especie de “trinchera identitaria”. En algunos casos, probablemente poco frecuentes, pero no por ello menos significativos, en el “catolicismo a la mexicana” llega a otorgar un valor incluso mayor a la reivindicación identitaria que el sentido religioso en sí mismo. Esta es la razón por la cual, cuando en una parroquia de Chula Vista se anunció que se suspendería el catecismo en español, algunas madres de familia señalaron que en ese caso dejarían de llevar a sus hijos al catecismo. Incluso una madre de familia comentó: “es importante que los niños recen, pero si mi hijo ha de rezar en inglés, prefiero que no rece”
Fragmento, Olga Odgers,
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